El arte de envejecer

Quizá te ha pasado que, después de poneros al día tras un reencuentro con tu grupo de amigos de la infancia y de haber podido observar el evidente paso de los años, has experimentado que, sin embargo, te parece imposible que haya transcurrido tanto tiempo. Es una extraña y contradictoria sensación que, si te ha pasado, ya sabes, estás envejeciendo.

Con independencia de la edad cronológica que tengamos, sentir que mucho tiempo ha pasado en muy poco tiempo, es señal inequívoca de que empezamos a percibir en nuestras propias carnes que la vida pasa veloz y envejecemos.

¿Quieres ser longevo? Sí, por supuesto!!! responde de inmediato la parte más atávica del cerebro, donde reina el instinto de supervivencia.
Pues prepárate para ser viejo durante mucho tiempo, señala acertadamente la corteza prefrontal, que es donde radica nuestra capacidad de pensar y decidir.

Es un contrasentido aspirar a la longevidad y no querer envejecer. Así que, quizá la primera tarea es resituarse en este punto para tomar plena consciencia de un hecho obvio pero escurridizo: envejecemos y morimos. A partir de ahí podemos convertir el proceso de vivir, y por tanto de envejecer, en un arte.

Para el joven Buda, darse cuenta de esta realidad ineludible, fue el detonante que le impulsó a iniciar la búsqueda de una vía que permitiera a los humanos liberarse del sufrimiento innecesario que suele conllevar el hecho de vivir.

En nuestra sociedad se tiende a sublimar la juventud hasta llegar a convertirla en un valor absoluto y, por otra parte, se ignora y esconde la vejez hasta que no queda más remedio que aceptarla a desgana. Escasea la comprensión y abunda la ignorancia y la resignación.

Dice Cicerón en el preámbulo de su tratado sobre la vejez:

Para quienes no tienen ningún recurso interior con el que vivir bien y felizmente, cualquier edad es pesada… Tan grande es la inconsecuencia y la extravagancia de la estupidez humana que todos desean alcanzar la vejez y, una vez que lo han hecho, se quejan de ella… Cuando ha volado el tiempo pasado, por largo que haya sido, no hay consuelo que pueda dulcificar una vejez estúpida.

A los quince años se tiene la percepción de que los treintañeros son unos viejos y que ni siquiera vale la pena llegar a esa edad, a menos que seas una estrella del rock. Los cuarentones, sin embargo, se suelen considerar a sí mismos solo “maduritos”. A partir de los sesenta aparecen los eufemismos imprecisos, como «gente mayor» o «tercera edad”, que pretenden camuflar la vejez porque no es bienvenida.

Considerar un estigma los síntomas externos de envejecimiento, es lo que propicia una floreciente industria cosmética destinada a “combatirlos”. Sin embargo, sabemos que, en cualquier ámbito, cuando se aplican soluciones cosméticas es muy probable que se esté eludiendo ir al fondo de la cuestión.

Lo cierto es que tener la oportunidad de envejecer en el siglo XXI es un privilegio. Nunca antes, en toda la historia de la humanidad, la posibilidad de tener una vida larga, provechosa y gratificante ha estado al alcance de tantas personas.

Mi interés es ser longevo, pero sin estar apegado a la mera supervivencia. Deseo aprovechar al máximo mi curiosidad por conocer y mi ilusión por aprender. Quiero poner de mi parte todo lo posible para que la belleza, la sensualidad y la creatividad continúen presentes en mi día a día.

Con esta premisa ya sé que lo mejor no es disimular ni parchear las huellas del paso del tiempo, sino alimentar las fuentes de energía que permiten disponer del combustible vital necesario para emprender vuelo cada mañana, fluir con la danza de la Vida y vivir con plenitud. Así, cuando se agote mi tiempo, es muy probable que pueda permanecer tranquilo, despedirme agradecido y partir en paz.

Envejecemos continuamente y si antes nos damos cuenta de esta realidad, antes podemos centrarnos en ser autosuficientes, sentirnos satisfechos y vivir amorosamente, desde el principio hasta el final.

Lo dicho, todo un arte.

Hay una sencilla décima, compuesta en el s.XVIII por Francisco Gregorio de Salas y reproducida más tarde por el Dr. Letamendi, que condensa mucha información sobre cómo iniciarse en este arte:

Vida honesta y ordenada,
usar muy pocos remedios
y poner todos los medios
de no alterarse por nada.
La comida moderada,
ejercicio y diversión,
no tener aprehensión,
salir al campo algún rato,
poco encierro, mucho trato,
y continua ocupación.


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