Los estados de la mente que tienen una fuerte repercusión en nuestro nivel de bienestar y equilibrio emocional, nos hacen experimentar que las puertas del cielo y del infierno existen, aquí y ahora, y pueden abrirse en cualquier momento.
Érase una vez un rey que quería saber dónde estaba el cielo y dónde el infierno, pero ni los sacerdotes ni tampoco sus consejeros le daban una explicación convincente.
Así que decidió salir a buscar respuesta a su pregunta más allá de las fronteras de su reino.
Cansado y sucio, después de un largo viaje, el rey llegó al lugar donde vivía un anciano sabio.
Se presentó y le hizo dos preguntas:
¿Dónde está el cielo? Quisiera conocerlo.
¿Dónde está la puerta del infierno? Quiero mantenerme alejado de ella.
En vez de responder, el sabio miró despectivamente al rey y dijo:
¿Tú eres un rey? No te creo, me parece que no eres más que un harapiento mendigo.
El rey, enfurecido, desenvainó la espada y fuera de sí atacó al sabio.
Pero éste eludió el golpe con un suave y rápido movimiento y, mirando al rey a los ojos, le dijo:
Ves, ahí está la puerta del infierno, tu ira y tu orgullo la han abierto.
El rey, que era inteligente, se dio cuenta de inmediato de la estratagema. Enfundó la espada y sonrió agradecido por la enseñanza recibida.
Bien, ahora también sabes donde está el cielo, dijo el sabio con otra sonrisa.
La ira, los celos, el odio, la avaricia o el miedo descontrolado, son sumideros que nos atraen hacia el sufrimiento. A veces vertiginosamente y arrastrando a otras personas. Será buena idea aprender a evitar que estas puertas del infierno se abran con demasiada facilidad.
Por otra parte, siempre tenemos a nuestro alcance una puerta de acceso al cielo que ayuda, y mucho, a evitar entrar por las puertas infernales. Esa puerta es la belleza.
La vida humana transcurre en un planeta sumamente hermoso. Deberíamos saber reconocer y apreciar tanta belleza, porque es una seductora puerta de entrada al conocimiento del mundo y al desarrollo de la conciencia.
En palabras de Neruda:
Si no sabes la belleza de este mundo desconoces el mundo en que has vivido.
Contemplar la abundante belleza que me rodea es uno de los mayores placeres que conozco. Me encanta observar a los gatos, porque estos cercanos pero a la vez independientes felinos irradian belleza.
Por su innata elegancia y profunda mirada, por su silenciosa actitud de alerta sosegada, por su coraje y por esa portentosa agilidad y precisión que caracteriza su movimiento.
Del mismo modo atrae mi atención el irisado destello de una gota de rocío, la variopinta textura de las piedras, el deambular de las hormigas transportando su alimento, una araña tejiendo su red, la fuerza vital de los nuevos brotes, la sinuosa corteza de los árboles, los ingeniosos sistemas que utiliza la naturaleza para diseminar semillas, el radiante color de las pequeñas flores que aparecen en los lugares más inesperados, el penetrante olor de cada planta aromática, los pájaros “twitteando” entre ellos, el hipnótico vaivén de las llamas.
Seguro que el impacto visual de las cataratas de Iguazú es extraordinario, pero un buen remojón bajo el agua que fluye saltarina en una bonita y solitaria cascada, semioculta en algún lugar mucho más cercano, no me parece que sea conformarse con menos.
Para captar plenamente la belleza hay que observar con la curiosidad del científico, la imaginación del artista, el sentimiento del poeta, la sutileza del filósofo, la atención silenciosa del místico y, como no, con la capacidad de asombro de los niños.
Hay que mirar en profundidad, escuchar con atención, afinar la sensibilidad.
Hay que saber contemplar, dedicarle el tiempo necesario. Las prisas y la mirada distraída o muy prosaica hacen que la belleza pase inadvertida.
Contemplar y sentir la belleza es un alimento que necesitamos cada día, no basta con un atracón de vez en cuando. Gozarla es un bálsamo que suaviza las aristas de la vida y reaviva nuestros mejores sentimientos. Abre las puertas del cielo.
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