¿Cómo percibimos la realidad?

Los filósofos se han devanado los sesos durante muchos siglos reflexionando acerca de cómo percibimos la realidad. También para psicólogos y neurocientíficos es un asunto complejo.

Sabemos que el cerebro interpreta el mundo exterior a partir de la información que le llega, traducida por los sentidos y modulada por sus propios filtros de cariz cognitivo y emocional. Como resultado crea lo que podemos llamar una imagen cerebral o mental de la realidad. Esta imagen interna es lo que percibimos. Y esa es nuestra realidad.

Para cada persona, el mundo es lo que su cerebro percibe. Esa percepción condiciona las decisiones y determina el curso de su vida. El cerebro puede formatear la visión del mundo de manera muy diversa, en función tus emociones, pensamientos y sentimientos.

Cuando se trata de flores, por ejemplo, la realidad “individual” coincide sin mucha dificultad con la “realidad colectiva”. Es decir, todos las percibimos igual en cuanto a su forma y color. Pero incluso en este caso hay diferencias que influyen en nuestro comportamiento. El grado de conocimiento de sus propiedades y la sensibilidad que mostremos ante su belleza determinarán cuánto las disfrutamos, aprovechamos y respetamos.

Las diferencias se agudizan cuando nos referimos a un hecho que afecta de lleno a nuestras creencias, deseos o intereses. En este caso las discrepancias y conflictos serán abundantes, así como las racionalizaciones encaminadas a justificar nuestra percepción. Pensemos en cómo ven la misma situación una pareja en proceso de separación, o dos hinchas de equipos rivales.

La realidad es la misma, inamovible, pero las percepciones son múltiples y contradictorias.

La percepción está, lógicamente, relacionada con la manera de mirar y de sentir. Las personas tenemos una tendencia natural a distorsionar la realidad para tratar de que se ajuste mejor a nuestros deseos y expectativas. El cerebro trata de barrer para casa, sin que ni siquiera nos demos cuenta.

Desde la ciencia se plantean muchos interrogantes a la hora de definir fronteras entre realidad y percepción. Por ejemplo, sabemos que el color de un limón no existe como tal, o sea que el limón no tiene incorporado ese color amarillo que vemos. El color no es una propiedad del limón. Se trata de un efecto óptico por el que percibimos una propiedad de la luz al mirar el limón. El color es una propiedad de la luz, no de los objetos, pero para nosotros el limón es amarillo. Y punto.

El cuerpo recibe, a través de los sentidos, la información que proviene del exterior, en forma de luz, sonido, olor…., y la transforma en impulsos electromagnéticos, codificados en forma de lenguaje cerebral. Cuando la información llega a la corteza ya está muy procesada en otras áreas del cerebro. Es decir, cuando somos conscientes de algo, ese algo ya ha pasado por muchos filtros inconscientes.

Imagínate que eres el director general de una gran empresa. Tú mandas y decides, que para eso eres el CEO, pero lo cierto es que la información que llega a tu mesa está filtrada, matizada y seleccionada por tu equipo de profesionales. Es decir, la realidad que percibes y sobre la que basas tus decisiones está precocinada.

Sabes que no te conviene que tus subordinados te oculten posibles problemas, ni que exageren supuestas ventajas o eviten contradecirte, aunque sea con buena intención. Así que vas a tratar de asegurarte de que la información que recibes se ajuste fielmente a la realidad, aunque de entrada te moleste, y pondrás mucha atención en procurar conocer bien a las personas clave que trabajan contigo. Les facilitarás formación y ponderarás sus sesgos y posibles conflictos de intereses. Sabes que de ello depende el curso de tu empresa, especialmente cuando las condiciones del mercado son más complicadas.

Pues bien, tú eres el director general de tu vida y tu cerebro el órgano de dirección.

Son numerosos los procesos cerebrales automáticos que condicionan la percepción de la realidad y por ende nuestros pensamientos y comportamientos.

Cada vez hay más evidencia de que nuestras decisiones no suelen ser tan libres ni ajustadas a la realidad como nos parece. El funcionamiento del cerebro está muy condicionado por un acervo de creencias, prejuicios y expectativas, que determinan en gran medida las decisiones.

Los sesgos, incluso los inconscientes, se pueden identificar y modificar conscientemente. Si queremos afinar nuestra percepción, algo siempre beneficioso, la clave estriba en comprender cómo el cerebro interpreta la realidad en la que estamos inmersos.

Puede que, en nuestra percepción, tendamos a ver que la vida se desarrolla en un ring o en una selva y que estamos destinados a luchar y competir incesantemente para sobrevivir. A unas personas se les exacerbará la agresividad y otras se verán muy limitadas por sus miedos. En este contexto se genera mucho estrés y los aprendizajes son difíciles y duros.

También podemos percibir el mundo como un lugar de aprendizaje y evolución. Si es así, se facilita una actitud orientada a observar, indagar y compartir. Esta visión no es incompatible con una actitud combativa cuando la situación no permite otra opción, algo que ocurre muy raras veces.

Mayor capacidad de atención y menor sesgo emocional, dos aspectos estrechamente relacionados con la meditación, implican una percepción más nítida, ecuánime y ajustada a la realidad. Y por tanto mejores decisiones.


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