Cosmovisión y danza de la Vida

La forma en que vemos e interpretamos el mundo constituye nuestra cosmovisión.

Ahí radican, en gran medida, los pilares del sistema de creencias, el punto de partida de los pensamientos y el fundamento, a menudo inconsciente, de los comportamientos. Es decir, la cosmovisión que hayamos interiorizado influirá mucho en como experimentamos la danza de la vida.

Toda cosmovisión surge del intento de dar respuesta a preguntas esenciales, y a su vez inquietantes, que subyacen en lo más profundo de la naturaleza humana. Preguntas como ¿existimos antes de nacer?¿qué hay después de la muerte?¿cuál es el sentido de la vida?¿cuál es la auténtica naturaleza de la realidad?¿somos esencialmente buenos o malos?

A poco que observemos, si reflexionamos nos damos cuenta de las consecuencias que se derivan de considerar, por ejemplo, que los humanos somos buenos o malos por naturaleza, que algunos grupos humanos son los elegidos y otros están contaminados, o que la vida en la tierra es un valle de lágrimas o el único paraíso posible.

Lo que creamos o pensemos sobre ello condiciona enormemente como nos vemos a nosotros mismos, la forma en que vivimos, el tipo de relaciones que establecemos con los demás y el conjunto de costumbres, normas sociales y leyes con las que configuramos nuestra sociedad.

Chispa desprendida de invisible hoguera
encendida por dioses con pedernal eterno,
surcó errante la noche sin frontera
atraída al regazo de humanos sentimientos.

¿De antemano decidido está el destino?
Puede que el horóscopo al nacer ya esté completo.
O quizá el futuro se decide en el camino
que elegimos transitar con humano desconcierto.

¿Pieza precisa para cósmico puzle diseñada?
O fruto casual de átomos que un día coincidieron
¿Experiencia vital  donde el alma aprende y vuelve mejorada?    
O partículas que retornan al vacío mar del que partieron

Por mucho que nos empeñemos, no existen, como nos gustaría, respuestas únicas, universales e irrebatibles a las preguntas trascendentes que nos planteamos y resulta que si algo llevamos mal los humanos es la incertidumbre.

Así que no es de extrañar que estas cuestiones hagan surgir todo tipo de especulaciones presentadas con apariencia de certezas absolutas, que a su vez son aceptadas por unos o rechazadas por otros con idéntica rotundidad. Una rotundidad que no es más que la armadura con que se reviste la ignorancia ante lo que desconoce y teme.

Las distintas corrientes culturales, religiosas, filosóficas e incluso ideológicas, han generado sus propios relatos, acompañados de preceptos y dogmas, para explicar de forma más o menos creíble la cosmovisión en que se sustentan y marcar a sus seguidores el camino que hay que seguir en la vida.

Es comprensible que la propia angustia vital haga que nos resulten atractivas las respuestas tranquilizadoras, con un formato binario, un sí o no, blanco o negro.

A unos les reconforta creer saber que la vida y la muerte se desarrollan dentro de un esquema perfectamente trazado que ellos conocen. Otros encuentran más tranquilizador, por realista piensan ellos, negar absolutamente cualquier posibilidad que trascienda las fronteras de lo conocido, medible y comprobable.

Preguntas trascendentes sin respuesta cierta
llevan al límite las humanas mentes
Dudas que abruman al que su temor inquieta
alientan a separar infieles de creyentes

Terreno abonado para clérigos y magos arrogantes  
que transmutan sin dudar creencias en certezas  
dogmas en verdades, miedos en infiernos abisales
ilusiones vanas en nirvanas de eterna belleza

Cualquier explicación puede parecernos mejor que el hecho de tener que aceptar la cruda realidad que, desde la perspectiva racional y científica que en general preferimos aplicar en casi todos los ámbitos, nos lleva a la siguiente conclusión: no tenemos ni idea.

Esta conclusión puede que sea dura de aceptar en un primer momento, pero es un baño de humildad y en sí mismo eso ya es bueno. A partir del hecho de aceptar la incertidumbre, podemos adentrarnos con mayor libertad en el ámbito de lo trascendente, de lo que escapa a nuestros sentidos y a nuestra capacidad de comprensión intelectual.

Para penetrar un poco en el Gran Misterio, como lo llamaban los antiguos nativos norteamericanos, podemos empezar por acallar el insistente ruido de la mente y sosegar nuestras emociones.

Esto es fundamental, porque nuestro mundo emocional, es decir, lo qué sentimos y cómo lo sentimos, tiene su propia “cosmovisión emocional” que, de entrada, nos impulsa a aceptar fácilmente cualquier principio, valor o creencia que se adapte a ella y a rechazar automáticamente, incluso con violencia, todo aquello que interprete como una amenaza o perturbación.

Desde un estado de calma y silencio interior, propiciamos que puedan emerger respuestas intuitivas y sensaciones clarificadoras que nos hagan sentir, más que saber, cuál es nuestra propia e intransferible verdad, o mejor dicho nuestro pedacito de verdad porque, como dice el viejo adagio, la verdad es un espejo roto y los humanos solo tenemos trocitos de ella.

Si al vislumbrar nuestro fragmento de verdad experimentamos sensaciones como serenidad, alegría y amor, podemos confiar en que hemos encontrado parte de esa verdad genuina y auténtica que buscábamos.

Humilde sabedor de su ignorancia
acrecienta el sabio su paciencia
En silencio, espera confiado
que brille la respuesta en su conciencia

Puede ocurrir que pensando en la meta nos olvidemos de estar atentos al camino. El interés por lo trascendente debería ser un estímulo y no un obstáculo para apreciar y saborear la vida. Una cosmovisión puede determinar el sentido a nuestra vida, pero también vivir la vida con plena consciencia nos permite configurar e interiorizar la mejor versión de la cosmovisión que nos inspira.

Mejor no quedarnos anclados en rígidos esquemas del pasado ni poner toda nuestra esperanza en una recompensa futura, más allá de esta vida. Sería una pena perdernos la danza de la Vida por estar demasiado ocupados en otros bailes, por muy atractivos que nos parezcan.

Fluir con la danza de la Vida
es estar de la Vida enamorados
Amarla aún sin comprenderla
Confiar en ella, aún desamparados

Es dar y recibir amor en las caricias
sentir el dulce frescor de pétalos mojados
expresar ternura, dibujar sonrisas
extasiarnos al contemplar albas y ocasos

Es desechar miedos y goces de artificio
sin temer infiernos ni buscar paraísos
Es danzar alegres, con espíritu tranquilo
reconfortados por la paz con uno mismo

La Vida ofrece generosa un ahora eterno
un sin fin de maravillas sensoriales, infinitos sentimientos
un universo de cielos, bosques, montañas, ríos, océanos
deslumbrantes colores, intensos aromas, inacabables  silencios


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