El placer oculto de la ducha fría

Plantearnos la posibilidad de una ducha fría suele suscitar una abundante lluvia de aprensiones y prejuicios: «esto no es para mí», «me puedo resfriar”, «es una disciplina monacal”. Incluso el refranero popular aporta una percepción negativa: “me ha sentado como una ducha fría”.

Con premisas como estas nuestro cerebro ha generado a lo largo del tiempo un itinerario neuronal, que nos provoca automáticamente fuertes resistencias ante la sola idea del agua fría cayendo sobre nuestro cuerpo.

Es lógico y coherente si no hay ningún estímulo placentero para actuar de otra forma. Pero esto puede cambiar con argumentos, y sobre todo con sensaciones, que actúen de contrapeso.

Puedes empezar por alimentar el deseo de reforzar tu sistema inmunitario, mejorar la circulación sanguínea, sobreponerte a tus propias resistencias y aumentar tu determinación. O, sencillamente, comprobar si es cierto que te estás perdiendo un placer.

Si investigas un poco encontrarás mucha información que, con base científica, ratifica los beneficios que aporta la práctica ancestral del baño de agua fría, presente en todas las culturas.

Para mí no se trata en absoluto de una práctica ascética para doblegar el cuerpo o refrenar instintos a base de sufrimiento y renuncia. Al contrario, mi propósito es poder disfrutar de un auténtico y delicioso placer oculto, como si de una fragante trufa enterrada que espera ser descubierta se tratara. Porque eso es exactamente lo que ocurre tras el impacto del agua fría cuando, habiendo creado previamente las condiciones adecuadas, el cuerpo recibe una intensa y exuberante sensación de calor y vitalidad.

Me gusta mantener un ambiente cálido en el cuarto de baño y empezar por dejar caer el agua bien caliente durante unos minutos. A continuación abro el agua fría y empiezo a rociar, por este orden, la zona perineal, los pies, las piernas, el bajo vientre, las manos, los brazos, la cara y, por último, mantengo inmóvil el chorro de la ducha sobre la espalda, dejando que el agua se deslice a lo largo de la columna mientras hago una larga espiración.

Mejor no estar tenso ni empezar a gritar mientras cae el agua fría, más bien hay que procurar mantenerse relajado y con la atención centrada en la respiración.

Puedes empezar por dejar que el agua fría te acaricie durante 10, 20 ó 30 segundos en total.

Si ya tienes adquirida una cierta práctica de relajación y respiración consciente, te será mucho más fácil evitar la tensión innecesaria en los músculos y mantener la mente en calma. Sin estos requisitos será difícil disfrutar de este placer y obtener todos sus beneficios.

Por lo que a mi respecta a menudo persiste una tenue resistencia antes de abrir el agua fría. Sin embargo, es justamente en los días más fríos, en que por la ventana del baño se ven los campos blanqueados por la escarcha, cuando más fuerza adquiere mi deseo de experimentar este delicioso y cotidiano placer oculto.


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