Primavera es la época en que la naturaleza despierta, alentada por la luz y el calor, después del letargo invernal.
Brotan las semillas que se convertirán en el alimento imprescindible para sostener la vida.
También a lo largo de la historia humana se suceden, como estaciones, ciclos de agitación y estabilidad, de expansión y declive, de bienestar y dificultad, de creación y destrucción.
Hubo uno muy especial que el filósofo Karl Jaspers llamó la Era Axial.
Durante un largo período que abarca aproximadamente desde el año 800 al 200 antes de nuestra era, el pensamiento y la consciencia de la humanidad experimentó un florecimiento extraordinario que ha servido de guía e inspiración hasta nuestros días.
En este período surgieron grandes tradiciones filosóficas, psicológicas y espirituales que darían un fuerte impulso evolutivo al ser humano, ampliando sus fronteras cognitivas y facilitando que contemplara su propia trascendencia desde una perspectiva ligada a un proceso de evolución personal que debía realizar, y no como fruto de una revelación o iluminación sobrenatural.
El impresionante legado de esta gran primavera se materializa en:
La Filosofía de la Magna Grecia, que elevó al máximo nivel la capacidad de discurrir racionalmente, buscando dar respuesta a los grandes interrogantes existenciales.
El Budismo de la India, que propició a través de la meditación una eficaz vía de autoconocimiento, para avanzar en la búsqueda de la liberación del sufrimiento de todos los seres vivos.
La senda del Tao, que tiene su origen en la pragmática China, es el camino de la vitalidad, la inmersión en la naturaleza y la espontaneidad. Busca la armonía entre los opuestos, el Yin y el Yang, situando a los humanos como nexo de unión entre la tierra y el cielo.
Estas poderosas corrientes de sabiduría no se contraponen entre sí, en todo caso se complementan y retroalimentan. Además coinciden en su objetivo: ayudarnos a comprender cuál es nuestra auténtica naturaleza y a desarrollar nuestro verdadero potencial como humanos.
Todas ellas propugnan vías para alcanzar un estado de serenidad, calma mental y equilibrio emocional.
Los griegos lo llamaron ataraxia, ausencia de perturbación, que tiene que ver con un estado mental interno de tranquilidad ante las dificultades, los deseos, los temores y las preocupaciones.
Unos y otros descubrieron que ahí estaba la clave para obtener paz interior, una clara comprensión de la realidad y, en definitiva, felicidad.
Con el paso del tiempo, esta constatación no ha hecho más que reafirmarse y en la actualidad los avances de la neurociencia la ratifican.
Sin embargo, nos sigue costando comprender que la respuesta a nuestras preguntas y la solución a nuestros problemas están más en el interior de nosotros mismos que en las circunstancias externas que nos rodean.
Por eso siempre es un buen momento para iniciar o retomar el contacto con esta sabiduría perenne.
Es probable que, por cuestiones culturales o de temperamento, sintamos mayor o menor afinidad con una u otra, pero no deberíamos dejar que los prejuicios o la dificultad para salir de la zona de confort nos impida acercarnos, con la mente abierta y sin dogmatismos, a estas fuentes de inspiración que, aunque surgieron en un determinado tiempo y lugar, son un patrimonio atemporal y universal actualmente al alcance de todos.
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