Son muchos los viejos amigos que han dejado huella en mi. En algún momento de mi vida los conocí, me acerqué a ellos con curiosidad y despertaron mi interés. Me ofrecieron, generosos, su conocimiento y me han acompañado en momentos de dificultad o tristeza. Hemos compartido ratos entrañables y he disfrutado mucho con ellos. Siempre están disponibles y su fidelidad es total.
¿Se puede pedir algo más a un buen amigo?
Algunos, como Sócrates, Buda y Lao Tsé pasaron por este planeta hace mucho tiempo, unos 2500 años. Los tres tuvieron una actitud curiosa ante lo que acontecía a su alrededor, mostraron gran interés por observar los vericuetos de la mente humana y fueron maestros en el arte de la introspección.
Sócrates utilizó la reflexión filosófica, es decir, activó su flujo de pensamientos para observar en profundidad. Buda eligió una vía más mística, la contemplación, y aprendió a aquietar su mente, observando en silencio lo que ocurría en su interior, sin analizar ni enjuiciar. Lao-Tsé se centró en actuar en perfecta armonía con el orden natural de la existencia, algo que ocurre cuando la acción es fruto maduro de la reflexión y la contemplación, de la lógica y la intuición.
A ninguno de ellos le tuvo que resultar fácil comprender el mundo ni aceptar la incertidumbre y la impermanencia. Como cualquier humano, necesitaron cierta dosis de valor para afrontar lo desconocido. También ilusión y habilidades para mantener la estabilidad y disfrutar en este fascinante y sobrecogedor océano por el que se desliza la vida. Como surfistas sobre las olas.
Sócrates se refirió a la incertidumbre con pocas palabras: solo sé que no sé nada. También señaló la forma de evitar que la falta de certezas nos abrume: conócete a ti mismo y alcanzarás la sabiduría. Es decir, busca en tu interior, desarrolla tu conciencia y comprenderás mejor el mundo.
Por su parte, Buda se propuso encontrar un camino que permitiera extinguir la causa del sufrimiento. De ahí surgió la meditación budista, con el objetivo es adquirir una visión profunda de la realidad para ser más conscientes y felices. Me mostró que, con la actitud adecuada, la vida podía ser un camino gozoso de buena fortuna, a pesar de la inevitable dosis de dolor que tengamos que afrontar.
Lao-Tsé, como buen taoísta, se inspira en la Naturaleza, busca la armonía y transmite conocimiento a través de frases paradójicas: El sabio no hace nada pero nada queda por hacer; no traspasa el umbral de su casa pero lo conoce todo. A medida que lo fui comprendiendo, el principio de la acción a través de la no-acción ha ejercido una gran influencia en mi vida.
Estos amigos, por la época en que vivieron, tuvieron mucha menos información que cualquier estudiante actual de secundaria. Tenían menos conocimientos pero fueron más sabios que la mayoría de nuestros eruditos y expertos.
Tengo una especial predilección por otros dos amigos que me inspiraron una visión espiritual de la existencia, sin que ello implicase rehuir el mundo ni eludir el compromiso social, sino todo lo contrario.
El primero fue Gandhi, mi mayor referente cuando era muy joven. Pese a su aparente fragilidad, es una de las máximas expresiones de valentía y determinación que puedo concebir. Orientó mi sensibilidad hacia la sencillez y el respeto por todas las formas de vida.
A través suyo aprendí una enseñanza del Gita hindú que ha sido para mí muy importante: hay que centrarse en la acción, no en los frutos de la acción, porque estos no dependen de mí. Mi felicidad tiene que depender de lo que yo hago, de mi actitud, no de las circunstancias.
Más tarde, el monje zen vietnamita Thich Nhat Hanh me mostró, de forma extremadamente sencilla, como vivir plenamente el momento presente. Solo se trata de mantener una actitud atenta y dejar pasar los pensamientos al realizar cualquier acto cotidiano, como fregar platos (quizá por mantener vivo ese recuerdo nunca me ha interesado tener lavavajillas).
También me indujo a mirar en profundidad, observando que hasta un sencillo plato de comida contiene todo el universo: el sol, la tierra, el agua, el esfuerzo de las personas… y a sentir constante agradecimiento ante tanta abundancia. Al verlo así ¿cómo dejar que un grano de arroz no se aproveche?
Me siento afortunado por tener tantos y tan buenos amigos que no me hablan de dogmas, ni me ofrecen fórmulas mágicas. Me han dado, eso sí, herramientas para razonar con lucidez, adentrarme en el silencio y desarrollar la intuición. También me han inculcado el valor de la coherencia conmigo mismo y me estimulan a perseverar y a esforzarme en sacar mis propias conclusiones con toda libertad. Saben que ese es el verdadero camino, el que cada uno hace paso a paso, construyendo nuevas conexiones neuronales en su cerebro.
Les estoy profundamente agradecido porque ampliaron mi perspectiva y me enseñaron que una mente meditativa abarca la reflexión, la contemplación y la acción, es decir, todos los ámbitos de la vida.
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