Cuando los músculos permanecen relajados y la mente atenta y en calma, el cuerpo, incluido el cerebro, gestiona sus recursos del modo más eficaz.
Aprender a movernos sin brusquedad, con gesto suave y preciso; relajado pero enérgico, a veces muy lento y en ocasiones muy rápido, permite mantener una excelente forma física sin acumular tensiones innecesarias.
El movimiento meditativo activa la energía interna y promueve un estado de consciencia que enriquece y expande nuestra vida cotidiana.
Cuando la mente permanece estable en el aquí y ahora, no hay dispersión y aumentan los recursos de que dispone el cerebro.
Mantener en reposo la actividad cerebral lógico-analítica permite desarrollar otras capacidades menos cultivadas pero no menos importantes que, desde el sosiego, nos conectan de forma sutil con nuestro ser interior y con todo el universo.
El movimiento meditativo aporta vitalidad y serenidad, que son los hilos con que se teje la buena salud.
Vitalidad significa tener energía, gusto por el aprendizaje, decisión y entusiasmo para afrontar los retos de la vida.
La serenidad nos conduce a la paz interior, que se sustenta en el equilibrio emocional. Aporta la confianza y el optimismo necesarios para aprovechar al máximo nuestras fuerzas y recursos.
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