Si hay algo verdaderamente bueno, bonito y barato que podemos ofrecer, es una sonrisa.
Cuando nos sentimos contentos, tranquilos y a gusto, nos resulta muy fácil sonreír. La sonrisa refleja nuestro estado de ánimo.
La sonrisa tiene también una gran repercusión social. Si alguien nos recibe con una sonrisa estamos mejor predispuestos hacia esa persona, incluso cuando sabemos que forma parte de su actitud profesional. ¿Cómo nos sentimos si en la tienda de electrodomésticos, en el restaurante o en el dentista, la persona que nos atiende pone cara de pocos amigos?
Algunos estudios constatan que sonreír con frecuencia, incluso sin aparente motivo, tiene efectos positivos sobre el estrés, la tensión arterial y el sistema inmunológico.
Es evidente que quienes sonríen habitualmente obtienen beneficios, psicológicos, fisiológicos y sociales.
Al pensar en una sonrisa, lo primero que viene a la mente es la imagen de una boca con la característica posición de la comisura de los labios. Esta es la manifestación externa más visible, la que ofrecemos a otras personas o a nuestras queridas mascotas.
Hay otra modalidad de sonrisa, quizá más sutil y menos perceptible exteriormente. Proviene de una profunda sensación de paz, confianza, satisfacción y agradecimiento. Su primer, y a menudo único, destinatario somos nosotros mismos.
Es una sensación poderosa, que surge desde nuestro centro y se expande con fuerza por todo el cuerpo. Quizá hayas sentido algo así al contemplar, leer o escuchar algo extremadamente bello.
Te propongo un ejercicio. Es muy sencillo y útil para que la sonrisa, con todos sus beneficios, entre a formar parte de tu actitud ante la vida.
¿Te has parado a pensar alguna vez que tu corazón está latiendo rítmicamente desde que naciste? Nunca ha parado de trabajar para ti, sin un momento de descanso. Y lo mismo tu cerebro, tus riñones, tu hígado, tus ojos. En fin, todos y cada uno de los órganos de tu cuerpo.
¿Se lo has agradecido alguna vez?¿Les has sonreído? Pues podrías intentarlo.
Solo tienes que ponerte cómodo, sentado o tumbado, como prefieras.
Cierra los ojos, relaja la cara y los hombros, haz un recorrido por tu interior y ofréceles una sonrisa a cada uno de ellos.
No lleva más de tres minutos. Aumenta la consciencia y sensibilidad hacia el propio cuerpo y permite prestar más atención a sus señales.
Es muy probable que, al cabo de no mucho tiempo, cuando estés conduciendo, paseando o trabajando, caigas de repente en la cuenta de que tus órganos están ahí, ejerciendo su función eficazmente en ese espacio oscuro, silencioso, cálido y húmedo que es el interior del cuerpo. Tu sonrisa surgirá espontáneamente.
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