Tambores de guerra

La guerra es la peor crisis a que se puede enfrentar una sociedad y, como en todas las crisis, también en esta los humanos sacamos lo peor y lo mejor de nosotros mismos. La inmensa mayoría de la población queremos vivir en paz, pero todavía no hemos aprendido a evitar la guerra. Confiemos en que nos de tiempo.

La guerra nos acompaña desde los albores de la humanidad. Ha sido la fórmula ancestral utilizada para “resolver” conflictos, dar rienda suelta a las ambiciones de poder y robar al enemigo sus riquezas. Con el paso de los siglos se ha ido civilizando, si es que se puede considerar que la guerra puede ser civilizable. Tenemos el famoso convenio de Ginebra, un conjunto de normas mínimas exigibles a los combatientes que, no nos engañemos, sistemáticamente se ignoran.

A pesar de todo, hemos llegado hasta aquí y el número de humanos no ha parado de crecer. Las guerras, con todo su potencial destructivo, no han podido con nosotros hasta ahora. Sin embargo, es algo que puede cambiar radicalmente. No es difícil imaginar qué hubiera pasado en 1945 si la tecnología nuclear hubiera estado disponible en ambos bandos.

El concepto disuasión nuclear se generó durante la guerra fría y algunas personas le atribuyen el mérito de haber evitado conflictos bélicos a gran escala desde la segunda guerra mundial. El argumento aducido es que una conflagración a escala nuclear sería un suicidio colectivo y nadie se atreverá a hacerlo, porque todos pierden todo.

Confiar en que un equilibrio tan precario y peligroso, con efectos irreversibles, va a perdurar en el tiempo mientras continuamos perfeccionando hasta lo indecible nuestra capacidad de aniquilar la vida sobre la Tierra, no deja de ser un espejismo irracional. Es una quimera creer que nunca va a ocurrir algún fallo accidental, humano o tecnológico, o que no aparecerá alguien con el grado de psicopatía, habilidad y astucia suficientes para hacerse con el poder y empeñarse en llevar a cabo sus delirios megalómanos más descabellados, aunque le cueste la vida.

Las “razones” que llevan a una guerra se derivan fundamentalmente de intereses económicos y geopolíticos (en el fondo no dejan de ser también económicos) que entran en conflicto, aunque se enmascaren con la defensa de ideales y principios que enardecen a la masa.

Pensar que las guerras ocurren simplemente porque hay alguien que es muy malo o está muy loco, es una simplicidad que deja en muy mal lugar a nuestro intelecto. Como mínimo habría que reflexionar sobre el por qué algunos individuos, que efectivamente pueden ser siniestros, han llegado y se han mantenido en el poder.

Si quieres la paz prepárate para la guerra, es una máxima muy asumida. Quizá tuvo cierta justificación en el pasado, pero actualmente es un sinsentido que nos puede costar muy caro. Sigue vigente porque todavía no hemos tomado suficiente consciencia del riesgo real que estamos asumiendo y porque la poderosa industria armamentística es un negocio pujante que se nutre tanto de la guerra como del miedo a la guerra.

También hay otra razón y es que, como decía Einstein y está científicamente comprobado, la estupidez humana es infinita. Un ejemplo: hay quien plantea colonizar Marte como un gran proyecto para preservar la vida humana; otros, menos de los que querrían, se construyen un refugio a prueba de bombas atómicas y en todo el mundo existen urbanizaciones de lujo donde sus grandes mansiones lo incorporan de serie. Así que la forma de afrontar el problema por parte de muchas personas admiradas por su éxito y su riqueza, supuestamente inteligentes, pragmáticas, con poder y capacidad de influir, no deja de ser esconder la cabeza bajo el ala como el avestruz. Absurdo y patético, ¿no?.

Los tambores de guerra suenan constantemente. Surge de repente un conflicto en cualquier lugar del mundo que copa la atención mediática y nos saturan con imágenes desgarradoras y explicaciones variopintas de los expertos. Gracias a ellos aprendemos los escalofriantes detalles de cómo funcionan las bombas termobáricas y se nos ponen los pelos de punta. Acto seguido una serie de anuncios neutraliza esa incómoda sensación y nos devuelve a la zona de confort.

Con la misma rapidez que apareció en escena, el conflicto de turno desaparece de nuestra vista. Es como si ya no existiera, pero lo cierto es que continúa con toda su sórdida crueldad. Sin embargo, para la inmensa mayoría de los que no estamos directamente afectados, realmente desaparece y seguimos con nuestra vida.

La pregunta es ¿la gente común y corriente podemos hacer algo más?

Pues sí. Lo primero, podemos ayudar a paliar el sufrimiento de las víctimas que tratan de buscar refugio. La gran mayoría son gente común y corriente como nosotros, con independencia de su nacionalidad, raza o religión. Hay muchas formas de ayudar y quien verdaderamente quiere encuentra alguna. ¿Cómo nos sentiríamos si nuestra empatía y compasión nos impulsara a hacer un 5% de lo que estaríamos dispuestos a hacer si las víctimas fueran nuestros seres más queridos?

En segundo lugar, podemos respirar profundamente y seguir con nuestros propios retos cotidianos, sin dejar que la ira ni el abatimiento hagan mella en nuestro ánimo. Al contrario, podemos poner nuestro mejor empeño en llevar una vida cada vez más consciente, sencilla, con la mente en calma y comprometida activamente con la paz.

Parece poco pero es mucho, porque nos hace mejores y es también nuestra aportación a un mundo mejor. Parece fácil, pero requiere determinación y coraje.

No sé si la solución está a nuestro alcance, pero podemos sentir la satisfacción de no ser parte del problema y continuar evolucionando como auténticos seres humanos.

Si queremos paz hemos de ser paz, aunque suenen tambores de guerra.

“La esperanza es importante, porque puede ayudarnos a vivir el presente. Sin embargo eso es todo lo que la esperanza puede hacer por nosotros. Pensándolo en profundidad hay algo trágico en la naturaleza de la esperanza. Cuando solo nos aferramos a nuestras esperanzas para el futuro y no enfocamos todas nuestras capacidades y energías en el presente, entonces la esperanza es un obstáculo. Que cada uno de nuestros pasos sea paz. Que cada uno de nuestros pasos sea alegría. Que cada uno de nuestros pasos sea felicidad”

Thich Nhat Hanh

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