Etimológicamente, utopía es un lugar que no existe y el diccionario la define como proyecto que parece irrealizable en el momento de su formulación.
La utopía, como el horizonte, nos puede parecer algo irreal, una ilusión conceptual inalcanzable pero, como el horizonte, señala una dirección que impulsa a los seres humanos a caminar, a navegar, a volar para ir más allá.
Es cierto que, con demasiada frecuencia, los movimientos sociales que originariamente se han alimentado de planteamientos utópicos, han desembocado en regímenes dictatoriales que han tratado de imponer sin convencer, aplicando medidas drásticas, a menudo con violencia, que no han calado en la conciencia individual de la mayoría de los ciudadanos. Las utopías no se pueden imponer.
Por otra parte, lo que llamamos primer mundo está repleto de utopías alcanzadas, de sueños antes imposibles que son ahora realidad porque en el ámbito científico y tecnológico parece que las expectativas, y por tanto las energías y recursos disponibles, no tienen límite. Ello ha supuesto mejorar de manera sustancial las condiciones de bienestar material que disfruta, con uso y abuso, una parte de la sociedad.
Sin embargo, no hemos tenido la misma visión y empuje para conseguir objetivos como la erradicación de la pobreza extrema, la gestión sostenible de los recursos naturales o la resolución pacífica de los conflictos. Parece que en estos terrenos renunciamos con facilidad a la utopía. No nos atrevemos a poner rumbo al horizonte, bajamos la mirada y no la apartamos de la línea de costa.
Hemos superado limitaciones impuestas por mitos y supersticiones ancestrales, pero hemos desarrollado una soberbia irreverente hacia la Naturaleza, llegando hasta el absurdo de pretender convertir a la Madre Tierra en una esclava al servicio de irracionales deseos insaciables.
Continuamos atados a ideologías y creencias esclerotizadas, demasiado interesadas en mantener posiciones de poder capitalizando miedos y deseos primarios.
Nos ha faltado humanidad y sensibilidad para sentirnos parte del universo.
Afortunadamente, muchas personas ponen empeño cada día en desarrollar su consciencia, convencidas de que el tiempo empleado en mejorar uno mismo no es una dedicación egoísta, sino la manera más fecunda de crear poderosos arquetipos colectivos que incidan sobre las instituciones políticas, religiosas, académicas y culturales para hacer del mundo un lugar mejor.
Para avanzar necesitamos un contexto de paz, una paz colectiva y estable, que será proyección de la paz individual que manifestemos cada uno de nosotros con nuestras actitudes, pensamientos y acciones cotidianas. Una paz que es fruto de semillas como la paciencia, la objetividad, la comprensión, el respeto, la belleza, la empatía o la compasión.
Podemos ir hacia una cultura de paz que nos impulse a crear, no a destruir; que promueva un desarrollo sostenible basado en el respeto de los derechos fundamentales de las personas y el cuidado de la Biosfera, ese espacio que hace posible la existencia de los seres vivos.
Cuantas más personas orienten su vida en esta dirección, cuantas más lo consideren su propia utopía personal, mejor será nuestro mundo.
Renunciar a la propia utopía personal, desnaturalizarla, apagar su fuego y velar su luz es consecuencia directa de actitudes pesimistas y mediocres, que albergan falta de ilusión, exceso de egoísmo y escasez de generosidad. Actitudes que empobrecen nuestra vida y crean sufrimiento, pero que está en nuestra mano poder evitar.
Puesto que todo lo que queramos construir primero ha de ser concebido en nuestra mente, un buen ejercicio puede ser tratar de expresar con palabras nuestra utopía personal. Quizá no resulte fácil pero merece la pena esta reflexión, porque está en íntima relación con nuestro propósito vital y nuestro yo del futuro.
En este sentido, pueden resultar inspiradoras las palabras con las que un joven veinteañero plasmó su deseo más profundo, su utopía personal:
Con confianza, sinceridad, honestidad y buen humor,
camino por el mundo.
Mi actitud amorosa y comprensiva ante la vida,
engrandece mi generosidad hacia todos.
La objetividad hace que vea claro el camino a seguir.
La asertividad, el compromiso y la perseverancia
son mis herramientas para la autosuperación constante.
Por último, la gratitud,
por lo que se me concedió y lo que se me concede.
Aquí hay más contenidos, por si te apetece continuar