¿Qué es el tiempo? Si no me lo preguntan lo sé, pero si quiero explicarlo no lo sé. Tranquilo San Agustín, han pasado 1700 años desde que te hiciste la pregunta y los científicos actuales están en las mismas. Se preguntan si el tiempo es algo físico, como la materia o el espacio, o un concepto abstracto que superponemos a nuestra experiencia del universo. Y su respuesta es: no tenemos ni idea.
Mientras los expertos se devanan los sesos, más vale que prestemos atención a nuestra percepción subjetiva del tiempo. A las sensaciones físicas y a los estados mentales que nos genera dicha percepción. Es importante para nuestra calidad de vida y comprensión del mundo.
¿Cuál es mi relación con el tiempo? me parece una buena pregunta.
Puede que pienses: el tiempo es oro y no hay que desperdiciarlo. De acuerdo, pero sin agobiarse. No te pase como a Midas, el rey que se empachó con ese metal precioso.
Quizá la mayor parte del tiempo sientas que no tienes tiempo. Pues entonces más vale que pares. Algo no está funcionando. Y ese algo no es externo a ti.
Quizá nunca nos planteamos que vivimos inmersos en distintas líneas del tiempo. Tiempo personal, tiempo histórico y tiempo cósmico. Todas son reales y se solapan. Tomar conciencia de ello nos ayuda a tener una comprensión más profunda de la realidad.
En concreto, conviene aplicar esa triple escala temporal a la hora de valorar cuestiones que tienen su raíz en la propia naturaleza humana, cuyo ritmo de evolución no es precisamente rápido ni su trayectoria uniforme. Me parece importante porque, en general, las vicisitudes relevantes y complejas que nos afectan están íntimamente relacionadas con la naturaleza humana, como es el caso de la violencia, el racismo, la injusticia social o la crisis climática.
A menudo tratamos de encajar los acontecimientos que ocurren en el mundo dentro del reducido marco del tiempo personal, es decir, el período en que transcurre nuestra vida. Permanecer anclados en esta dimensión temporal nos obliga a simplificar en exceso, para que no se nos atragante tanta complejidad.
En esta escala, la comprensión de lo que sucede es muy limitada. Se reduce tanto la perspectiva que, cuando acucian las dificultades, la visión puede resultar agobiante y dolorosa. Estamos muy ligados a los mecanismos de pura supervivencia. Circulan por nuestro cuerpo, de forma constante y a gran velocidad, los impulsos eléctricos y sustancias químicas que movilizan el sistema de lucha o huida. Es muy estresante.
Si tomamos cierta distancia, podemos abrir más la lente y abarcar el tiempo histórico. Entonces el horizonte se expande y la comprensión aumenta. Ahora ya podemos observar con atención los datos disponibles y, más allá de lo que suceda en este momento concreto, encontraremos razones suficientes para estar más relajados y sustentar un mínimo imprescindible de optimismo.
Aún podemos continuar ampliando el foco hasta vislumbrar el tiempo cósmico. Entonces nos situamos en otro plano y observamos con calma como se van ordenando las piezas del puzle del mundo.
Ahora sentimos más paz en nuestro interior.
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