Creo que si Sócrates se diera una vuelta por alguno de nuestros grandes centros comerciales, seguiría diciendo lo mismo que cuando paseaba por el mercado ateniense: Cuantas cosas hay que no necesito. En cambio, viendo lo que hemos aprendido acerca del cerebro, seguro que estaría de acuerdo en que a la célebre sentencia Conócete a ti mismo, inscrita en la entrada al templo de Delfos, se añadiera la siguiente coletilla: ¡Empieza por tu cerebro!
Hace veinticuatro siglos, Aristóteles consideraba el cerebro como una especie de radiador frío y anodino, que servía exclusivamente para refrigerar la sangre. ¿Qué cara pondría si estuviera hoy por aquí? Me la puedo imaginar.
¿Importa para nuestras vidas conocer cómo funciona el cerebro?
Antonio Damasio, prominente neurocientífico, da una respuesta contundente:
Importa y mucho. No solo para conocer cómo somos ahora sino para saber cómo podemos llegar a ser en el futuro.
¿Qué es y a qué se dedica el cerebro?
Lo podemos resumir así:
El cerebro es una densa estructura biológica de miles de millones de neuronas entrelazadas, recorrido por multitud de impulsos eléctricos y sometido a la acción de sustancias bioquímicas de alta intensidad. Un magma cerebral donde se elaboran los pensamientos, fluyen las emociones y sentimientos, se almacenan recuerdos, conocimientos y creencias, se fraguan las actitudes, se configuran el carácter y la personalidad y se deciden los comportamientos.
Los billones de conexiones entre neuronas configuran una intrincada red de comunicación interna, por la que transita incesantemente la información que dirige y organiza todos los ámbitos de nuestra vida, desde las más perentorias para la supervivencia, como respirar o dormir, hasta las más sutiles y elevadas, como pensar o amar.
El cerebro es muy trabajador, no para nunca y pone los cinco sentidos, literalmente, en la tarea de recoger la máxima información posible de lo que sucede en el exterior.
Trabaja con tanta discreción que no nos enteramos, no somos conscientes, de la inmensa mayoría de sus decisiones ni de las acciones que ejecuta.
Aunque es arriesgado establecer semejanzas entre un organismo vivo complejo y un dispositivo tecnológico, vamos a suponer que el cerebro es un ordenador. Es una comparación odiosa, pero resultará útil para darnos cuenta de lo que significa tener un cerebro humano.
Sabemos que tiene casi cien mil millones de neuronas y que cada una de ellas puede establecer hasta diez mil conexiones con otras neuronas. Estimando en un bit la capacidad de almacenamiento de información por cada conexión ¿qué nos sale?, una cifra astronómica: cuarenta mil billones de bits. Un ordenador así podría almacenar casi toda la información que circula por internet.
Vamos a suponer que visitas el laboratorio de diseño de Apple y te enseñan un superordenador que cabe en una caja pequeña de unos 20cm y apenas pesa 1500 grs. Te explican que tiene una capacidad de almacenamiento de 40.000 trillones de bits (sí, trillones, estamos en USA y aquí cuentan distinto) ¿No te quedarías maravillado?
¿Y si además te lo regalaran por tu cara bonita? ¿No te sentirías profundamente afortunado y agradecido? ¿No te apasionaría esforzarte en conocer todas sus funcionalidades? ¿No cuidarías que el software estuviera permanentemente actualizado? ¿No procurarías evitar los virus que lo hackean? ¿No intentarías obtener el máximo rendimiento y usarlo tanto para tus asuntos personales como profesionales?
Pues vale la pena responder estas preguntas, porque llevamos uno así incorporado de serie. En realidad es mejor todavía y, con frecuencia, no nos damos mucha cuenta de lo que tenemos.
El sistema de computación cuántica Sycamore ha realizado en doscientos segundos una tarea que, según los cálculos del fabricante (Google), hubiera costado 10.000 años al superordenador más potente del mundo. Teniendo en cuenta que la computación cuántica está en sus albores, no está nada mal. Nos estamos encaminando hacia lo que se conoce como Singularidad Tecnológica y los ordenadores cuánticos tendrán un impacto que no podemos prever, pero que será de proporciones gigantescas. Es impresionante, no hay duda.
Sin embargo, es todavía más impresionante darse cuenta y tomar consciencia de que ese monstruo informático ha sido pensado, diseñado y construido gracias a cerebros como el nuestro. Eso sí, muy bien predispuestos y entrenados para esa tarea.
Llegar al punto en que uno siente que ha tomado plena conciencia de lo que significa tener un cerebro humano, es en sí mismo un logro muy importante. Despierta la pasión por conocer mejor sus entresijos y nos da la oportunidad de aprovechar mejor este proceso que llamamos vida.
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