Abrazos

El contacto físico y emocional que proporciona un abrazo consciente, sincero, intenso y cercano, es una excelente manera de cuidar y reforzar nuestros vínculos afectivos. Quien más quien menos ha compartido este tipo de abrazos en momentos de gran alegría o de mucha tristeza y sabe lo beneficiosos que resultan.


Con un efusivo abrazo podemos mostrar, en silencio pero a las claras, lo mucho que nos importa la relación y el cariño de la otra persona y cuáles son nuestros sentimientos hacia ella.


Las huellas que nos van dejando los abrazos compartidos a lo largo del tiempo, son un almacén de energía positiva muy necesaria para afrontar las dificultades que conlleva cualquier relación, evitando que los sentimientos se enturbien y que los conflictos se enquisten, crezcan o se manifiesten de manera intempestiva. Que las personas se quieran no presupone que no haya diferencias e incluso discrepancias entre ellas.


Sin embargo, abrazar espontáneamente y con frecuencia a nuestros seres queridos puede no resultar tan fácil como parece.


En algunas personas, detrás de la dificultad para el abrazo están las barreras que levantan tanto la timidez como la altivez y también la sensación de incomodidad o vulnerabilidad. En otros casos el impedimento son las propias inseguridades, como el miedo a no ser bien aceptado o a parecer excesivo. También la rutina y el “dar por sentado”, puede hacer que, precisamente con las personas más cercanas, nos abracemos poco o descuidadamente.


Merece la pena tratar de incorporar buenos abrazos a nuestra vida cotidiana porque, además de indudables beneficios psicoafectivos, relajan el cuerpo, calman el sistema nervioso, refuerzan el sistema inmunitario y estimulan al cerebro para producir endorfinas, esas estupendas sustancias que nos aportan bienestar y alegría.


Hay que tener en cuenta que, según constatan los neurocientíficos, para que estos efectos se manifiesten de manera consistente el abrazo debe durar, como mínimo, alrededor de seis segundos.


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